jueves, 18 de septiembre de 2008

La secta




Hace unos pocos años, cuando era estudiante, vivía en un piso de alquiler junto con 3 compañeros más, uno de los cuales era de un pueblo de Valencia y no estudiaba, estaba trabajando de controlador de calidad de unos supermercados, eso es lo que decía. El caso es que mientras el trabajaba y disponía de dinero, nosotros intentábamos subsistir con 1000 pesetas a la semana para la comida, transportes y apuntes. El resto era para fiestear.
El tío le encantaba ver todos los ingenios que teníamos que hacer para poder comprar lo más barato posible y hacer comidas con lo mínimo. La paella viuda era un clásico entre nosotros. Ingredientes: arroz, algún hueso para darle sabor al caldo y colorante. Buenísssisisma.
Un día nos invitó a varios compañeros a pasar el fin de semana a su pueblo de la provincia de Valencia. Y nosotros, que vimos la excusa perfecta para descubrir carnes frescas, no nos lo pensamos.
Su pueblo se llama Hacendat y su término municipal ocupa buena parte del territorio de la provincia de Valencia y Castellón. Algo llamativo al ir para allá era que todo su término municipal estaba vallado.
Llegamos al pueblo en el que todas las casas eran de color verde o blanco, no había más colores.
La gente era muy amable y servicial. Paseando por allí conocimos al alcalde, al que nuestro amigo valenciano nos presentó, se llama Juan Roig, y nuestro amigo le habló de nosotros, y sobre todo de la forma tan barata de vivir con 4 duros, no se por qué. El alcalde Juan Roig, dijó que esa era la clase de gente que quería que viviera en el pueblo: gente que “siempre pareciera buena” o “gente SPB”, decía.
Allí pasamos un fin de semana estupendo de marcha por sus garitos verdi-blancos y todo baratissssisisimo. De pronto me di cuenta que todas las bebidas eran de la misma marca: hacendado. Qué curioso!.
El domingo por la tarde a la hora del regreso, nos volvimos a encontrar al alcalde Juan y a su mujer Delia paseando.
- Qué tal lo habéis pasado estos días? – dijo-
- Muy bien, gracias – respondimos-
- El caso es que quería comentaros algo que seguro os va interesar. Seguro que os habéis fijado en todo lo que rodea a esta nuestra comunidad, aquí todo el mundo trabaja para todo el mundo, nuestra comunidad produce de todo para suministrarnos a nosotros mismos y abastecer a gran parte del país, y encima mucho más económico, lo cual nos ha convertido en el pueblo más rico de España, aunque el gobierno no quiere que se sepa porque se llevan un pico importante.
La gente de este lugar es SPB, vosotros sois SPB, os necesitamos, quedaros a trabajar con nosotros. Este es vuestro lugar de “confianza”. Las condiciones son muy buenas y los precios mu bajos.
Dicho y hecho, nos tragamos su discurso hipnótico y aceptamos.
En ese lugar he pasado unos buenos años currando en buenas condiciones. Me dedicaba a la producción de tomate frito de lata. Lo que hacía era coger un producto similar de una marca reputada con una publicidad acojonante y lo copiaba con ingredientes que nosotros mismos producíamos más baratos y lo vendíamos con nuestra marca. La marca “hacendado”.
Todo estaba organizado y supervisado por nuestro jefe Juan y su hermano Paco. Estos tenían líneas de productos de todo los tipos: línea de yogures, de bebidas, de congelados, ...de todo todo. Y todo con su marca: hacendado.
Su mujer Delia se encargaba de la línea de productos de limpieza de la casa, y como era mu cabezona, está línea se llama “deliplus”. Pero todo en el pueblo era hacendado. Todo en mi vida era hacendado, hasta mi ropa verdi-blanca era hacendado, ...o deliplús, según el caso.
En los siguientes años ni siquiera salí del pueblo, todo era perfecto. Pero un año me fui de vacaciones a la capital con lo que me había ahorrado, y estando paseando me comí unas chocolatinas hacendadas que debían estar un poco recalentadas por el sol, que me hicieron tal reacción que tuve que buscar un water a toda prisa. Entre en un supermercado y al salir del servicio me di cuenta de que no había ni un solo producto de los nuestros. No había nada hacendado y no había ni un solo color verde. Todo era más barato, y de todas las marcas posibles.
En ese momento me di cuenta de lo ciego que había estado por las comodidades que tenía y que me hacían no ver otras posibilidades.
Dejé todo en ese lugar del infierno y volví a la vida.
Los chiquiprecios fueron mi salvación, nunca los olvidaré.

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